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La patologización de la opresión: Análisis feminista de discursos misóginos en redes sociales disfrazados de "terapia psicológica"

Una herramienta concebida para ayudar, transformada en instrumento de manipulación y control patriarcal.

Por Ana Julia Di Lisio

En la actualidad, el contenido vinculado a la “salud mental” se ha convertido en una tendencia dominante, en un mundo cada vez más insensible y menos reactivo ante la injusticia, el maltrato y la violencia. En este contexto, proliferan discursos que, bajo la apariencia de apoyo psicológico, reproducen estructuras de poder patriarcales que vulneran profundamente a las mujeres.

Uno de estos casos, que motiva el presente análisis, circuló en Instagram: un breve clip donde un hombre español, conversando con otro en inglés, aborda el tema del narcisismo masculino. En este extracto —aparentemente parte de un webinario más extenso— los interlocutores desarrollan la idea de que los hombres se vuelven narcisistas como consecuencia del vínculo con sus madres. Es decir, adjudican a las mujeres la responsabilidad por el narcisismo de los varones desde las primeras etapas del desarrollo infantil. Esta afirmación, revestida de un aparente sustento psicológico, representa una forma moderna de culpabilización materna que ignora por completo los marcos sociales estructurales donde se configura la subjetividad masculina.

Este tipo de discursos no es nuevo. El feminismo radical ha denunciado históricamente los sesgos patriarcales en la psicología y la psiquiatría. Desde Freud, quien afirmó que las mujeres padecían “envidia del pene”, se ha intentado patologizar la experiencia femenina desde una mirada misógina. Cada vez resulta más evidente que muchas de estas teorías reflejan las propias frustraciones masculinas: si hay envidia, es más bien del varón hacia la capacidad femenina de gestar y dar vida. Las feministas hemos sostenido que nuestra capacidad de parir ha sido clave para explicar nuestra opresión, y los sistemas patriarcales han buscado históricamente apropiarse de esa capacidad creadora. Así, por ejemplo, al imponer el apellido paterno desde el nacimiento, se perpetúa la idea de que los hijos son “propiedad” del padre, invisibilizando a la madre.

En tiempos recientes, otro mecanismo de borrado de lo femenino emerge con fuerza: el transactivismo, entendido como un régimen ideológico que impone la supremacía del género autoidentificado por sobre la realidad material del sexo. Este paradigma exige la aceptación irreflexiva de la autodefinición masculina como mujer, replicando lógicas de apropiación simbólica que ya conocíamos, como cuando se nos impuso aceptar que los hijos paridos por mujeres llevaran el apellido del varón.

Volviendo al clip analizado, se observa un intento explícito de responsabilizar nuevamente a las mujeres —en este caso, a las madres— por los rasgos patológicos que desarrollan los varones. Muchas mujeres reaccionamos con indignación frente a este contenido, independientemente del grado de politización feminista. Las respuestas, variadas en tono, coincidieron en rechazar la premisa ofensiva y falaz de que la madre es la génesis del narcisismo masculino.

La masculinidad, entendida como el modelo de género que sostiene el patriarcado, encarna justamente el narcisismo: grandeza, dominio, control, violencia y apropiación. Es un sistema que necesita autoafirmarse constantemente para sostener su hegemonía. Las mujeres, aunque participemos en estos sistemas por obligación estructural, no somos sus creadoras ni sus responsables: nuestra participación se da desde una posición de subordinación y resistencia.

Las críticas feministas radicales a la psicología han sido cruciales para desmontar los marcos epistemológicos tradicionales que legitiman la opresión de género. Estas críticas buscan evidenciar cómo las teorías y prácticas psicológicas han marginado sistemáticamente las experiencias femeninas, patologizando nuestras respuestas ante el maltrato y reconfigurando el sufrimiento en síntomas individuales. Se nos ha etiquetado históricamente como “histéricas”, “locas”, “solteronas” o “raras”, negando que muchas de estas reacciones sean respuestas sanas ante sistemas profundamente violentos. Este diagnóstico de lo femenino como desvío o enfermedad ha sido funcional a la consolidación de nuestra posición de parias.

Ya conocemos las dinámicas del abuso narcisista y los ciclos de manipulación emocional. Lo que resulta alarmante es la manera en que este patrón se reproduce ahora en redes sociales, bajo el disfraz de ayuda terapéutica. En el caso citado, el autor del clip incluso eliminó los comentarios de crítica, respondiendo solo a uno en inglés y desestimando las objeciones hechas en español. Este acto no solo invisibiliza a las mujeres hispanohablantes, sino que refuerza la lógica del silenciamiento patriarcal.

¿Qué propone el feminismo?

Frente a estas formas de violencia simbólica, el feminismo radical y el neurofeminismo ofrecen herramientas analíticas y metodológicas para repensar las ciencias de la salud mental desde una perspectiva crítica. El neurofeminismo, en particular, ha denunciado el neurosexismo: la tendencia a interpretar hallazgos neurocientíficos de forma que refuercen estereotipos de género. Las investigadoras feministas proponen metodologías más rigurosas, que reconozcan la interacción compleja entre biología, cultura y estructura social.

Temas clave en la crítica feminista a la psicología:

  • Sesgo patriarcal: Las teorías psicológicas han sido desarrolladas desde visiones androcéntricas que marginan la experiencia femenina.

  • Patologización de lo femenino: Conductas normales de resistencia o sufrimiento femenino han sido presentadas como síntomas o desórdenes.

  • Falta de interseccionalidad: Se ignoran las dimensiones de clase, raza, sexualidad y otras variables que configuran la opresión.

  • Enfoque individualista: La psicología tradicional tiende a responsabilizar al individuo, desplazando la mirada de las estructuras de poder.

  • Necesidad de metodologías inclusivas: Se exige investigación participativa y sensible a la diversidad de experiencias de las mujeres.

Aportes clave desde el feminismo académico

  • Naomi Weisstein denunció, en su ensayo de 1968, que la psicología había construido una imagen de la mujer basada en fantasías masculinas más que en datos empíricos.

  • Erica Burman, en Deconstructing Developmental Psychology (1994), criticó cómo esta disciplina ha reforzado modelos familiares opresivos.

  • Celia Kitzinger y Rachel Perkins, en Changing Our Minds (1993), señalaron cómo la psicología despolitiza la experiencia femenina al enfocarse en el cambio individual.

  • Sheila Jeffreys, en Anticlimax (1990), argumentó que la llamada revolución sexual fue una herramienta más de dominio masculino, disfrazada de liberación.

Conclusión

Este artículo nace como una advertencia a las mujeres. Muchas buscan apoyo psicológico desde una posición de vulnerabilidad, y es fundamental que puedan identificar cuándo este supuesto apoyo reproduce estructuras de deshumanización. Terapias que culpabilizan a las mujeres, que niegan su realidad o que imponen lógicas coercitivas disfrazadas de ayuda, no solo no sanan: perpetúan el daño. Las profesionales con perspectiva feminista tienen la tarea urgente de intervenir, denunciar y generar redes de contención y acción.

No debemos aceptar las prácticas misóginas de quienes, bajo el ropaje de terapeutas, reproducen violencia simbólica y emocional. El acompañamiento de mujeres formadas en terapias de apoyo para resolver vínculos abusivos desde una perspectiva feminista es esencial para nuestra defensa y reparación colectiva.

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